LO HUMANO QUE INCOMODA, PARA BIEN : LA LARGA EXCUSA (2016), DE MIWA NISHIKAWA - ARTICULO

 



Los reduccionismos o etiquetas aun proliferan en largometrajes que parcializan la mirada en los temas que abordan, poblados de personajes que son meros vehículos de exposición narrativa e ideológica. Se les identifica en los extremos de toda la vida: el protagonista y el antagonista, o el bueno y el malo dentro de contextos simples. Por otra parte, existen todavía algunas obras que plasman realidades profundas, basadas en la complejidad humana mediante seres ambiguos o matizados, que no son juzgados por el creador en una narrativa impositiva. Son relatos movidos por el latir cotidiano de los individuos involucrados, confrontando al espectador en sus propias preconcepciones e invitando a comprender sus motivaciones y decisiones, libre de una coacción descarada.

Varios realizadores surcan mi memoria como referentes de lo humano en el fílmico, sin embargo, prevalece el nombre de Miwa Nishikawa, directora japonesa de una breve filmografía pero vasta al explorar con diligencia y entrega los recovecos sociales e íntimos de su país, más cercanos de lo pensado y que pueden estremecer e incomodar, aunque abierta al diálogo en un público con genuina empatía hacia los seres en pantalla, anhelada en estos momentos y casi olvidada por la inmediatez actual.



Para hablar del cine de Miwa, escogeré aquella película que podría abarcar su búsqueda personal y crucial por la comprensión humana, cuyos hallazgos se integran bajo el quehacer del espectador al interiorizar lo que somos, luego del visionado y según la mirada. Por ello, La larga excusa muestra lo mejor de un estilo sobrio e incisivo, que recuerda por momentos a su padrino fílmico Hirokazu Koreeda, con quien trabajo en After Life (1998), Distance (2001) y produjo su opera prima, Wild Berries (2003), forjando una mirada que no solo contempla a los individuos desplazándose por el encuadre, los desglosa para entenderlos y delinear sus trayectos vitales en la historia que se cuenta, acordes a su coherencia interna, aunque lo hace con una mayor contundencia y menor distancia dramática, a diferencia de Koreeda.

En la película que nos atañe, seguimos a un escritor de gran éxito llamado Sachio, quien está en sus cuarentas, gozando de buena apariencia, magnético carisma y popularidad en el entorno literario, pero inmerso en un bloqueo creativo al intentar dar forma a su próxima novela. Sin embargo, cuando no escribe se comporta como un arrogante con los que lo rodean, inclusive con su esposa Natsuko, una renombrada estilista con un negocio rentable y que lo apoyó al comienzo de su carrera, a quien hace sentir inferior, siendo la única que lo entiende. La ignora y engaña con una seguidora en su cotidianidad, hasta que un día todo cambia cuando Natsuko se va con su amiga Yuki a un paseo por las montañas, quedándose solo con su amante en casa, no obstante, el bus en el que iban ambas mujeres tiene un accidente, muriendo en el acto. Por supuesto que la súbita noticia lo estremece, sin saber cómo reaccionar, desconcertando a otros y a sí mismo. Tiempo después conoce a Yoichi, el también viudo de Yuki y conductor de camión, quien tiene un niño maduro para su edad y una vivaz pequeña. Lo contacta para hablar sobre la perdida de ambos, compartiendo sus sentimientos y manifestando lo abrumado que se siente al no saber cómo encargarse de sus hijos, pues por su trabajo se ausenta varios días. Entonces, en una decisión inaudita para sí, se ofrece a cuidarlos mientras Yoichi anda en la carretera, influyendo en la crianza más de lo pensado. Al principio es una manera de evadir aquello que teme sentir y no comprende acerca de la muerte de su cónyuge, pero en el diario convivir surgirá en actos y pensamientos lo que ignoraba, mirándose realmente.  




Los personajes de Miwa Nishikawa suelen poseer máscaras ante los demás, en ocasiones realizando actos cuestionables para preservarlas, junto a los beneficios sociales o materiales que traen consigo, reconociendo portadores en la familia que aparenta cierto estatus y prolijidad moral en su opera prima Wild Berries (2003), en individuos como el fotógrafo engreído que prolonga el dilema volver a la vida de su hermano culpado por un crimen en Sway (2006), aquel doctor que ha engañado a un pueblo por la nostalgia de satisfacer al padre en Dear Doctor (2009), u otros seres que aún no tienen esa cubierta y la anhelan para rechazar de tajo su realidad, sea para satisfacer las fantasías de otros como la pareja protagonista de Sueños en venta (2012), o el yakuza retirado y marginado que se debate entre retomar la existencia que conocía o adaptarse a una actualidad de ilusión que lo sobrepasa en Bajo el cielo abierto (2020). Por ello, La larga excusa, basada en su propia novela, continua esta constante al explorar la careta de un Sachio con poca idea de afrontar el luto y la culpa, aunque, en esta oportunidad su directora se aleja del humor satírico de su demás obra y plasma un drama íntimo, más cercano a la cotidianidad y con equilibrados momentos de candidez, además de otros duros por los verosímiles conflictos en los seres en pantalla cuando lidian con el duelo y la aceptación de las consecuencias de sus actos, dejando abiertos los caminos a seguir dentro de un panorama humano real, casi traspasando lo entendido como ficción. Contemplando la depuración de su estilo mesurado y franco, alejado de los tópicos lacrimógenos en la narrativa dramática.

Hace presencia constante el ego de Sachio al creer que tiene el control, pero nunca lo tuvo y se da cuenta cuando muere Natsuko; desde ese momento, paulatinamente, será consciente de su endeble condición. El egoísmo como fachada cae ante la carga, que decide apartar por un tiempo, por la infidelidad en simultaneo con el deceso de la persona que jamás aprendió a querer, cuya catarsis es la certeza dentro de la inherente incertidumbre. Al cuidar a los hijos de Yoichi crea un espacio seguro, un lapso en el que pretende forzar una especie de autorealizacion y levantar su desorientado ego, sin comprenderlos al inicio, vistos como esa treta de evasión. Es solo cuando se involucra en la dinámica de esta familia con sincero afecto, dejando de verlos como meros sustitutos emocionales y al separarse en algún punto durante la película, que Sachio comienza comprender su circunstancia, por fin ahondando la carga en un proceso interior de aceptación, reconociendo lo que siente ante la perdida: el arrepentimiento, la soledad, la baja autoestima. Y así dejar fluir, dejando ir, apartando las prolongaciones del ego que siempre impone, haciendo creer que solo hay una ruta del hacer, en lugar de solo ser. 




Por su escaso amor propio pensaba que todos querían algo de él, que solo era útil por sus privilegios, ignorando quien podría ser más allá de estos. Desconfía incluso de su propia esposa, la cual se preocupaba por él y es muy claro desde la primera escena de la película cuando Natsuko le corta el cabello en la sala de su casa, mientras ven un programa en la televisión en donde participa. Ella habla mientras él escucha e intenta recordar el pasado cuando eran más jóvenes en comparación con la connotada distancia entre ellos en ese presente y el corte era un intento de acercamiento. Pero él, en lugar de valorar lo que representa tan sencillo gesto, aunque esencial como apoyo, y en su vulnerabilidad no asumida, cree que ella de alguna manera lo quiere perjudicar al “echarle en cara” el apoyo económico que le dio cuando era un aspirante a escritor, encasillándola junto a la gente que lo rodea desde un filtro utilitarista, temiendo que lo utilicen como suele hacerlo. Por ello la aparta, y la misma noche en que ella se va de viaje con Yuki, recibe a su amante en el apartamento, retomando la ilusión de ser poderoso. Eso sí, tal poder se desquebraja a la mañana siguiente con la muerte de Natsuko. Tal es el desconcierto, que, al día siguiente en un interrogatorio con la policía para investigar el incidente, es incapaz de responder datos sobre ella que resultarían obvios, desconociéndola por el ego que le impidió contemplar quien lo acompañaba, y quería. 

La transformación de Sachio se sale del canon redentor convencional, pues la obra culmina, sin revelar la resolución y luego de un intenso punto de giro emocional, con el comienzo abierto de su aflicción y sanación consciente por Natsuko al no poder sostener más la máscara ante Yoichi y sus hijos. No obstante, al interactuar con ellos aprende maneras alternas de encarar lo venidero al escucharlos, mirarlos y comprenderlos con empatía, desechando su careta e interiorizando su tiempo juntos como un valioso soporte para dar el primer paso. Al principio eran una huida a su depresión y culpa, pero siendo el presente de estos niños y su padre, entiende que no hay escape a su condición con las emociones y memorias que conlleva. Haciendo frente a un nuevo presente y dejar al fin el pasado lastre del ego sosegado.




Tal acercamiento existencial en La larga excusa, se intuye completo por ese cuidado balance entre sus momentos luminosos y otros más densos, aunque cruciales para el desarrollo profundo en los caracteres de los seres que nos importan, alejándose tanto del extremo nihilista como del positivismo toxico, visto en otros largometrajes embellecidos que parecen manufacturados por “Coaches ontológicos”. 

Quienes acompañan a Sachio poseen dimensiones que nos permiten conectar con ellos, destacando al hijo de Yoichi, que ante la ausencia del padre toma el rol de este y de madre asumiendo la responsabilidad de cuidar a su hermanita, pero con la ayuda del escritor por fin expresa sus propios sentimientos surgidos de la pérdida de su madre, ligados a la ansiedad por la presión estudiantil o la desconexión con su padre ante las circunstancias, añorando una guía que obtiene al compartir su agonía con Sachio, logrando abrirse y descansar de pretender solventar faenas que aún no le corresponden, incluso acercándose al padre que todavía intenta lidiar con el dolor.

Su puesta en escena casi minimalista y preciso lenguaje, son coherentes al exhibir el descrito devenir humano en su intrínseca franqueza. Cada encuadre, movimiento sutil de cámara o privación de este son concretos en su búsqueda de lo significativo en lo espontaneo, recordando, por ejemplo, la escena del cauteloso Sachio congeniando con la niña a su cuidado mientras ella le enseña a doblar la ropa lavada del padre, el hermano y la suya, dándose cuenta de un otro más allá de su espejo, el mencionado ego.

Mientras más evites el problema, más sufres. Es mi conclusión ante el letargo e inminente despertar del protagonista, pero solo es una de las tantas lecturas posibles a esta y otras historias de Miwa Nishikawa, que, en lugar de establecer un punto de vista, nos invita a escudriñar a consciencia por las grandes áreas y estrechos vericuetos del claroscuro panorama humano, considerando la totalidad de lo presentado y huyendo de las polarizaciones del mundano vistazo de un análisis estandarizado. Dejando las dilatadas excusas en nuestro diario vivir, al igual que Sachio, y detenerse para escuchar, reconocer, comunicar y comprender a los demás para regresar a nosotros mismos, una declaración audaz en medio del frenesí que nos separa y fragmenta. ¿Paramos? ¿Seguimos? Ahora dime tu. 


Por Oscar Alejandro Cabrera

 




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