PROZAC NATION - CRITICA
Los desasosiegos y tempestades del interior, con un carácter instructivo.
Para hablar de esta
cinta, recordemos esa línea cada vez más difusa entre la realidad y el realismo
fílmico. El segundo es el acercamiento verosímil hacia un tema o situación,
pero manteniendo su forma como ficción; por lo que en Prozac Nation, nos
enfrentamos a un relato dramático que pretende exponer y escudriñar de un modo
accesible, e incluso con instantes didácticos, los síntomas del trastorno depresivo
y las repercusiones en una endeble identidad.
Nos habla sobre
Elizabeth Wurtzel, una joven de 19 años, que logra ser aceptada en Harvard
gracias a una beca de periodismo. Sin embargo su prometedora carrera está en
riesgo, pues muestra claros patrones de deterioro físico y mental por la
depresión. Su actual estado es resultado de factores como los conflictos con su
madre y el abandono del padre, a quien aun extraña; además de interacciones y
reacciones inestables ante sus amigos, e intentos adversos de establecer
relaciones afectivas. Durante un recalcitrante círculo de abuso de drogas y leve
terapia psiquiátrica con pastillas, se dirige gradualmente hacia un confortable
abismo –considerando el suicidio-, del cual tal vez sea muy difícil salir.
Esta obra funciona por
sí misma y es otro lenguaje, por ello quedan fuera las comparaciones o
referencias al libro homónimo de 1994 por Wurtzel. Aun así presenta una
correcta ejecución, cuya progresión narrativa y emocional conduce a la
resolución genuina de su protagonista, al plasmar experiencias creíbles sin
mayores efectismos visuales y mediante una dirección de actores nada afectada,
natural diría.
Emplea una estructura semi-convencional
–en cuanto a transiciones de escenas-, pero con énfasis en las sutilezas entre
gestos y actos, bien pensados e hilvanados, que serán cruciales en la concreta
catarsis de Elizabeth; a diferencia de otras producciones similares orientadas
hacia la descarada manipulación melodramática, la cual conlleva a la victimización
de un personaje y lo despoja de sus matices o dimensiones. Aquí podemos
contemplar al ser detrás de los síntomas, en lugar de un mero arquetipo de tal
condición. Es menester recordar que en el cine siempre habrá un grado mesurado de
esa manipulación, y funciona cuando jamás se la percibe en el primer visionado.
En un logrado balance,
es posible acercarnos a los detonantes y quizás las bases de sus recaídas. Más
allá del desequilibrio químico en aquella sobrecargada cabeza, nos invita a una
parcial comprensión de la fluctuante y ardua batalla ante el abismo. No impone
una resolución confortable, pero consigue plantear la posibilidad de confrontar
y sobrellevar el trastocado interior. Hay sustento en la ansiedad, el miedo y
la incertidumbre de Elizabeth; una vulnerabilidad tan cercana que afecta y hace
daño. Genera respuestas sensibles ante un acontecer humano, nos importa aquel
ser en pantalla, agobiado no solo por dentro mientras navega por sus inefables marcas
o demás cicatrices, sino también por la apatía y el frenesí exterior de una
estropeada modernidad.
No es particularmente
creativa o ingeniosa en su conjunto, pero es solida y honesta. Con
interpretaciones actorales que cumplen y al servicio de una experiencia
sincera, aunque liviana en su exploración. A pesar de ello es una introducción aceptable
al tema, que tal vez influya en debates más densos a favor del ser por encima de
los tópicos y las medicaciones.
Por OSCAR CABRERA
Director:
Erik Skjoldbjaerg
Guion: Galt
Niederhoffer
País: EE.UU
Año: 2001
Reparto: Christina Ricci, Jessica Lange,
Jason Biggs, Michelle Williams y Anne Heche
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