SOBRE KINUYO TANAKA, LA AUTORA - ARTICULO

 


Hace mucho no escribo, y admito que era por cierta inseguridad al pensar que tal vez no soy tan bueno, sin embargo al conocer a Kinuyo Tanaka y su fascinante filmografía como directora, fue la inspiración para reivindicar una mirada sincera sobre la mujer en el Japón durante y luego de la guerra, un país que intentaba preservar la tradición patriarcal con ínfimo interés en buscar la equidad de género, siendo negada tanto en el cine por estereotipos femeninos en los metrajes y relegando a las realizadoras en roles inferiores, recordando lo sucedido con la también directora Tazuko Sakane, como en el entorno social y promotor de tal marginación.

Lo sucedido hace eco en una actualidad que todavía tiene reservas en darle una mayor relevancia a la voz de la mujer dentro del medio, pues al parecer aun no aprendemos a escuchar y comprender al otro. Pero en su privilegiada posición, Kinuyo se hizo escuchar al aplicar todo lo aprendido como actriz, participando en 258 películas y siendo dirigida por autores consagrados como Yasujiro Ozu en Flores de Equinoccio, Kenji Mizoguchi en Amor en llamas, Akira Kurosawa en Barbaroja o Keisuke Kinoshita en la Balada de Narayama. Logrando como cineasta componer protagonistas con mayores dimensiones y realmente humanas, que luchan por ser quienes son, aprendiendo de sus errores y sus virtudes siempre exaltadas, ante un modelo de masculinidad frágil que las aparta y ultraja al imponer e idealizar una carcomida visión de un pasado en realidad tortuoso.

Aunque dirigió solo seis películas, fue suficiente para convertirla en una autora capaz de abordar la condición humana de su tiempo en su complejidad, sin hacer concesiones y libre de juicio hacia unas protagonistas que se levantan reclamando los sitios que siempre les han pertenecido. Fueran exitosas o no, la llama jamás se apagó y son la inspiración para las mujeres dentro, detrás y fuera de la pantalla.

Entonces, y teniendo en cuenta la rigurosidad de su trabajo, seleccioné tres obras suyas en donde desarrolla lo anterior de una manera realmente profunda y comprometida, empezando con…  


La luna se levanta, 1955

 


Setsuko y su vecino Shoji, deciden unir románticamente a su hermana mayor Ayako con Amamiya, amigo de Shoji. Sin embargo, este plan tendrá inesperadas repercusiones.

Un drama cotidiano influenciado por Ozu, en modo de homenaje, con algunos encuadres de introducción o contemplación a los espacios y a los seres que los habitan, aunque nada extraño porque el guion fue co-escrito por el maestro y confiado a una muy hábil narradora que logra una oda a lo esencial de una voz y a las elecciones propias.

La idea de la pareja de vecinos durante el metraje, más allá de la buena intención y los buenos apuntes de humor situacional con el mal entendido, en su ejecución ofrece una crítica sutil hacia la imposición del matrimonio concertado, aquel remanente decadente de un pasado conservador que aún prevalece en la idiosincrasia japonesa, no como forma de mantener la estabilidad política en una era feudal, sino para perpetuar el dominio masculino en medio de una malsana nostalgia e ignorando el estado natural de la equidad con la mujer. Viéndose reflejado, al principio del filme, en la insistencia de una tía en arreglar un encuentro para Ayako con el hijo de un banquero que no resulta, como también en los intentos de Setsuko y Shoji para juntar a Ayako y Amamiya a pesar de una motivación desinteresada, pero finalmente condicionada por la “tradición”.  

Aquí es el comienzo de la exploración constante de Tanaka a la frustración de la mujer moderna ante los cánones caducos y al surgimiento de su voluntad e ímpetu para enfrentarlos, dándose en el camino la búsqueda de su identidad y forjarse para intentar desde su contexto derribar las ideologías o los autoengaños en otros, incluso en ella.

Hay un momento en la película donde Ayako y Amamiya se dan cuenta de que tienen sentimientos recíprocos de afecto, sin embargo, surgen de manera genuina al no caer jamás en las insinuaciones e intentos de su hermana y vecino para unirlos; ambos se encontraron por decisión propia, en una real elección desde sus interiores. Esta culminación romántica, en su convencional sutileza como relato cotidiano, es toda una declaración de protesta contra la unión pactada, símbolo de opresión y represión social que exige el sacrificio de la libertad y del bienestar individual, herencia del proceder nacionalista y colectivo del Japón antiguo.

No obstante, quizá al ser su segundo largometraje y un homenaje además, Kinuyo fue cautelosa evitando sacudir los cimientos por completo, dejando a sus personajes en un estado intermedio, sin un cambio total en ellos y cuyos destinos son acordes al contexto, pero en donde jamás se transgrede por completo y continua ese bucle en donde el matrimonio era la única forma de realización para la mujer; quedando la mencionada declaración como un destello subversivo, aunque significativo como el primer llamado de la autora a su público. Adquiriendo un matiz pesimista, intencional o no. Aun así, en la aparente ligereza en el tono de la cinta, se observa y explora a plenitud la complejidad de lo humano en sus certezas y contradicciones, siempre latente el anhelo de reconocer lo que sentimos como propio.

En sus posteriores trabajos, la directora tendría una mayor libertad para proponer caminos alternos a sus personajes y abordar con mayores matices lo que plantea. Sin embargo, en La luna de levanta, aunque apaciguada, vemos una cualidad esencial en su cine, la franqueza y honestidad en una mirada imparcial a los seres en pantalla, mostrando el devenir de sus realidades externas e internas sin paliativos, tal como acontecen. Alejándose paulatinamente del melodrama complaciente o artificial para ahondar en lo trascendente y completo del ser.  

 

La princesa errante, 1960

 


Una familia noble que desciende del emperador Meiji, recibe una propuesta de matrimonio para la Ryuko, la más joven del linaje, del hermano del emperador de la región china de Manchuria y ocupada parcialmente por las fuerzas japonesas, aunque siempre en disputa con la unión soviética entre los años treinta y cuarenta. Ella accede a casarse luego de cierta resistencia, sin embargo, surgirán circunstancias que la pondrán a prueba como mujer, esposa y madre. 

Fue la primera película que vi de Kinuyo y encontré a una narradora capaz de abordar lo íntimo en una obra de mayor escala, que además de plasmar la realidad femenina de su tiempo, ofrece una mirada reflexiva y critica ante las aberraciones del conflicto bélico. Evitando el carácter panfletario o de propaganda, he aquí un verosímil drama humano que funge como recordatorio del coraje y la determinación de su protagonista no solo para sobrevivir a la guerra, sino para interpelar su antigua condición de sumisión a los condicionamientos sociales y políticos, donde era vista solo como una ofrenda en el entramado de las absurdas pugnas de poder.

Ryuko era el arquetipo de princesa que fuerzan a casarse con alguien que no conoce, aplicándosele una sutil presión amable y manipulación compasiva tanto de la parte pretendiente que prolonga su cosificación, como por una familia acondicionada y acorralada en ese deformado concepto de patriotismo que ve el acto como la única esperanza para traer paz entre los países. Por ello se le exige sacrificar su individualidad, aquello que podría definir su identidad y representado en su anhelo de ser artista plástica, pero la burbuja es rota cuando se rompe esa paz y surge el declive de Japón en 1945, el fin de la Segunda Guerra Mundial, y la inevitable invasión soviética a una Manchuria prácticamente abandonada por las debilitadas fuerzas de su país. Ahora es cuando debe recuperar aquello que le fue arrebatado para levantarse y enfrentar las adversidades que vienen al escapar de la muerte junto al sequito del emperador, quien huyo primero con su esposo a un lugar seguro para reunirse luego, pero son capturados por los soviéticos. En el trayecto de supervivencia, recuerda que su vida es tan importante como la de los acompañantes por los que debe velar, entre ellos la frágil esposa de su cuñado a quien ha prometido proteger con su vida -un ejemplo honesto de sororidad o empatía- y su pequeña hija Eisei, lo más preciado para ella; descubriendo su templanza en medio del devenir. Este golpe de realidad ante las consecuencias del absurdo de la guerra, es suficiente para que tome el control de sí misma, afirmando su integridad y dejando atrás los dogmas en su juventud acomodada, pero opresiva.

Tanaka de nuevo nunca juzga a sus personajes bajo la lente, presentando una gama de dilemas, contradicciones y emociones acordes al complejo entorno socio-político del filme. Captando a una Ryuko al inicio resignada ante el destino impuesto, sin embargo, comienza a surgir en ella un afecto genuino hacia su marido, e inclusive su reafirmación como persona está ligada a un adquirido sentido del deber y al amor por su familia, manifestado paradójicamente de ese casamiento arreglado. La transición a su nueva vida, dejando atrás lo que conocía y forzando una madurez diplomática, no era muy diferente a lo que les sucedió a otras mujeres de la realeza europea, pues intentaron arrebatarle esa innata voluntad de descubrirse. Pero la guerra fue el evento desvelador que sacudió los cimientos ajenos que pesaban en ella y durante su adversa experiencia o prueba, fue moldeando una estructura ética propia al comprenderse, recuperar su voz y tener la certeza de lo que es capaz, además de proteger a los que en verdad ama. Allí su auténtica tenacidad prevalece a pesar de la muerte circundante causada por la arrogancia de unos pocos en el poder, siempre con la esperanza como impulso e intrínseca en lo humano, observado en su totalidad por la autora.  No victimiza a Ryuko, pero tampoco justifica lo que la llevo allí, dando entonces un sensible retrato duro que señala todas las causas y culpables, directos o por omisión, del sufrimiento de aquellos sin voz.

En esta obra se percibe la madurez narrativa de Kinuyo al mover la cámara y en el uso del color en la composición de algunos encuadres que dan fuerza a cada escena y transmiten las ideas o los sentimientos pertinentes, olvidando la contemplación de su anterior trabajo y adquiriendo un mayor valor expresivo en su interesante disección del factor humano tan esencial en un relato antibélico; evitando caer en el sermón y que evidencia lo perdido o recuperado en el conflicto y su impacto en el alma de su protagonista transformada y reafirmada en una voz por fin suya.


La noche de las mujeres, 1961

 


En 1958, se instaura una ley que prohíbe los burdeles en todo Japón, dejando a muchas trabajadoras sexuales sin hogar o en centros de reinserción. Mediante la mirada de Kuniko, una de las afectadas y que ha salido de uno de estos lugares, observamos las dificultades que afrontan las mujeres al intentar cambiar su condición de vida, desde la discriminación social hasta el directo maltrato físico y psicológico. 

Penúltima obra de Kinuyo como directora y que exhibe una mayor complejidad social y ética en un tratamiento narrativo más crudo, nada complaciente.

Una película franca, honesta y de un realismo casi visceral que ventila el abuso hacia las mujeres percibidas como mero objeto de placer, uno de los resquicios del pasado feudal cuando se le consideraba un trofeo de guerra o político, a la vez que nos acerca a la lucha interna en cada una de ellas para recordar y recuperar su humanidad. Todo bajo una lente que las acompaña mientras hablan, actúan o deciden durante la incertidumbre de la prohibición, que parece una medida bienintencionada y efectiva, pero termina siendo un pretexto para relegarlas aún más y donde la rehabilitación es solo un trámite para el gobierno, en lugar de un sincero acto de acompañamiento para escucharlas y guiarlas para una vía alterna de su propia elección.

Kinuyo al filmar contempla y comprende a sus mujeres, captando su humanidad completa entre caídas y alturas con sus traumas, culpas, añoranza y empeño en medio de un entorno que las ve como una carga desde el falso halo de la superioridad moral, representado, por ejemplo, en las mujeres privilegiadas y filántropas que visitan los centros de reinserción en la película, en los representantes masculinos del gobierno que las arrincona ignorándolas, o en el hombre de a pie que las objetualiza como clandestinas posesiones que luego desechan. Evitando la manipulación sentimental, se reivindica a las mujeres como seres que logran elevarse y jamás desfallecen en su recorrido existencial, decidiendo en este quien deciden ser.

Kuniko y sus compañeras en el filme, que desean autonomía y establecer su rol en el gran esquema de las cosas, deben luchar además contra los prejuicios de otras mujeres de clase media-baja, acondicionadas a lo que es bien visto en sociedad, cuando las etiquetan de manera condescendiente como una clase inferior, siendo otra clase de dominio al arrebatarles su individualidad ante una comunidad; compartiendo la culpa con los proxenetas, que son la manifestación explicita del machismo, y las clases altas que han normalizado este proceder sin entender los motivos y circunstancias de aquellas almas que ejercieron la prostitución.

Para concretar o transmitir lo dicho en una narrativa compacta pero fluida, su directora con acierto les da también voz e importancia a las compañeras de la protagonista del centro que, cada una a su manera, enfrentan las secuelas de su vida pasada e intentan continuar en un mundo que no les da opciones y las aparta, aunque no todas lo logran. Ante tal panorama, sentimos genuina empatía hacia Kuniko y su urgencia de construir algo realmente propio, mientras intenta ser fiel a su ética y moral, en constante renovación, y en representación de aquellas que quedaron atrás, ultrajadas por una comunidad apática, explotadora e hipócrita.

Tanaka aquí nos confronta, sacándonos de nuestra pasividad como público y nos recuerda lo humano con sus claroscuros en la experiencia de sus mujeres en pantalla, que debemos comprender en su conjunto, reconociendo así el valor de Kuniko de mirarse, aceptar sus equivocaciones, conocerse mejor, renovando sus virtudes y, quizá, por fin asumir una cercana identidad, aun en formación, al escoger su ruta después de todo lo sucedido, que conocerán si deciden ver la película.

La autora ha dejado la influencia de sus maestros y encuentra su lenguaje al mostrar el fenómeno tratado de manera contundente, casi prescindiendo de los efectistas mecanismos dramáticos y libre de las idealizaciones o contemplaciones orientadas a la moraleja. Es el transcurrir de unos seres plasmados en sus sinceras motivaciones, ambiguas elecciones, marcados errores con sus consecuencias y  anhelos de redención, todo ello en aconteceres realmente universales.


Entonces el cine de Kinuyo es...



 

Sobre la experiencia de ser mujer en su estado más puro y que podría adquirir una orientación feminista al develar la naturalización de la sumisión patriarcal y la crucial batalla de sus realistas protagonistas en su contra. Abarcando en su conjunto la experiencia humana, donde las partes se integran y en la que no existe una jerarquía, es decir, que cada tema, escena o personaje poseen la misma relevancia en unos retratos creíbles y próximos a un público que podrá decidir si lo son o no.

Espero continuar conociendo a Kinuyo Tanaka y ojalá me acompañen. Al final ignoro como resulte este escrito, pero la importancia de su motivo es innegable, no solo en el vasto y cambiante circulo cinéfilo, sino como documento para repensar nuestro presente.

Muchas gracias por su compañía. 


Por Oscar Alejandro Cabrera

 


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