KUMIKO, THE TREASURE HUNTER – CRÍTICA



Director: David Zellner
Guion: Nathan y David Zellner
Género: Drama/Humor negro
País: EE.UU – Japón
Año: 2015


Inspirada en la leyenda urbana sobre Takako Konishi

Kumiko, una introvertida y solitaria chica, mira absorta la película norteamericana Fargo de Ethan y Joel Coen, convencida de que lo acontecido en ella fue real y desea encontrar una bolsa de dinero enterrada en un lugar del filme. Toma la determinación de abandonar la apatía, aversión, o monotonía de Tokio y viaja al gélido estado de Minnesota, hacia una aventura en varios sentidos extraordinaria.

Tengo una fascinación muy personal por la psique de los personajes y su construcción. Busco involucrarme durante el desarrollo del protagonista, el cual espero sea tan minucioso como coherente en su planteamiento general; sin embargo son contadas las veces que nos dejamos llevar por la travesía del individuo, pues algunos largometrajes caen en la sobreexposición forzada, o en la simpleza arquetípica. Puede que el relato aun sea llevadero, pero le resta potencial al contenido que pretendía transmitir. Hoy comparto una de esas afortunadas ocasiones donde un personaje más que guiarnos por su universo, nos brinda una significativa experiencia tan profunda y delicada, que solo un genuino autor puede ofrecer. Sean bienvenidos a la singular y maravillosa expedición de Kumiko, la cazadora de tesoros.



De la intrigante imaginación de los hermanos David y Nathan Zellner, surge una mujer repleta de matices que fácilmente pudo caer en el cliché, afortunadamente sus realizadores tomaron a su heroína sin juzgarla, ni subestimarla, y le dan el requerido sustento sólido, de un envidiable balance frente a su contexto vale destacar. Ella no solo es el retrato de una huraña abstraída con ciertas acciones cercanas, nos adentrarnos a su mundo interior en cada gesto o mirada que complementa sus características, pensamientos e inmensa motivación. Agobiada por su sensibilidad, comprendemos esa incertidumbre del entorno sofocante y controlado que conoce. Olvida la mera afinidad, sus anhelos ya son nuestros.

Toda una aventura peculiar y ambigua de toque ligeramente surreal, cuyos obstáculos externos o internos peligran con fragmentar la voluntad de nuestra heroína y flagelar su frágil identidad, no obstante por su firmeza y las emociones que emana en el devenir de los acontecimientos, estamos ante la reafirmación de un ser que por fin deja el forzado letargo social o la opresión moral de su cultura, aunque lo lleve a extremos devastadores. Evade la deriva, nunca a sí misma. Todo ello en un metraje donde la barrera entre ensoñación y realidad es algo difusa en su cuidado tono trágico… a veces inspirador. ¿Alcanza su propósito? ¿Y nosotros? Lo dejo a su criterio.




Comprobamos una vez más que las interpretaciones actorales son esenciales aquí. Rinko Kikuchi esta espléndida en un trabajo contenido pero complejo, detallado al milímetro en cada expresión. Además su innato carisma imprime calidez y ternura dentro de una pausada narrativa que jamás decae. Nos importa tanto su rol como el excelso bagaje visual. También los demás personajes tienen el suficiente tiempo en pantalla para contemplar más que bellos encuadres e interesantes mezclas sonoras logradas al plasmar el inconsciente. En un visionado menos atento, el espectador quizás perciba estancamiento o redundancia en ciertas escenas, pero créanme que cada momento, elipsis o reacción son justos hacia la sensación necesaria.

A pesar de su ritmo y otras referencias al cine de los Coen -sobretodo en su humor-, la cinta en conclusión funciona muy bien por sí misma, respetando sus propias normas y generando empatía por unos personajes sorprendentes en el lírico firmamento de la memorable, querible y humana Kumiko.

Por OSCAR CABRERA








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